miércoles, 13 de abril de 2011



A veces, en un descuido, el cerebro es más rápido que el corazón. Y para salvar el orgullo dices cosas que no piensas en realidad, mientes y atacas donde duela, con la única intención de herir al interlocutor, de quedar por encima, de salvar el orgullo.
Es en esos momentos, en los que darías lo que fuera por volver atrás, y contar lentamente hasta diez, dejar que la adrenalina se calme, y esta vez sí, decir lo que realmente piensas, aunque con ello sea imposible hacer daño al que lo recibe.

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