jueves, 10 de febrero de 2011

La ventana indiscreta.



Fausto es un tipo raro. En eso estaríamos de acuerdo tú, yo y su vecino de abajo, Hugo, que sigue su vida con detalle. Hugo es un jubilado, rebeca de cuadros. Las bolsas de ojos caídas pero los ojos vidriosos de un adolescente. Con su eterno cigarro en los dedos, se dedica, desde que falleció su mujer, a apuntar y estudiar la vida de nuestro protagonista: Fausto.

Fausto es mas jóven, y posee una afición que le convierte en un raro. Cuando se independizó, al empezar a trabajar en la fotocopistería de un socio de su padre, empezó a ir a hacer la compra él solo.
Esto tuvo dos efectos directos sobre él; Adelgazó hasta quedarse en un punto intermedio entre un yonky y un corredor de maratón y además se dió cuenta, que en el suelo, la gente acostumbraba a tirar las listas de la compra cuando habían terminado.
Desde entonces, empezó a coleccionar Post-its, servilletas y papeles. Con el tiempo, empezó a comprar únicamente los productos de las listas de otros clientes, de otras familias, de otros raros como él.

Fausto se sabía raro, vivía solo y se regocijaba en su singularidad. Pero empezó a vivir otras vidas, a comer comidas que de otra forma, no habría probado jamás. Productos para el cutis, cremas de depilación, todo lo compraba y todo lo utilizaba, y cada viernes, al hacer una compra nueva, se convertía en otro cliente.
Su casa se empezó a llenar de botes de especias que aborrecía, de pañales extra absorventes que costaban una fortuna, de desodorantes de 12 olores distintos.
El tema de los desodorantes fué el detonante definitivo. En el supermercado, intentaba identificar los olores de los dueños de aquellas listas de la compra. Sin éxito, hasta que un día, sucedió.
En el pasillo del papel higiénico y los pañales (Malditos pañales para ricos), olió el aroma del Rexona Woman Skin Care que llevaba utilizando una semana. Lo siguió como un sabueso hasta la Sección de Frutería. continuó hasta la sección de Cuidado personal e higiene, donde estuvo a punto de perderlo. Pero finalmente, indecisa frente a una cámara de congelados, vió a la dueña de aquel olor.
Ni que decir tiene que Fausto jamás había tenido pareja, pero en aquel momento, sintió lo más parecido a un flechazo que había sentido jamás. No era tan delgada com él, ni sus largos rizos castaños se parecían en nada a su pelo tratado con suavizantes, acondicionadores y tratamientos de brillo.
En sus sandalias de cuero no habrían pegado los calcetines de lana que tuvo que comprar la semana pasada. Pero supo que estaba hecha para él, cogió aliento:
-¿Sabes? La pizza campesina queda deliciosa, si, en el horno, le pones el grill los últimos minutos.

Y fué así, cómo Hugo, el jubilado de unas lineas más arriba, empezó a tener más trabajo por las noches.

domingo, 6 de febrero de 2011

Un café por favor.



Sofía entró, y en el primer vistazo que hechas en el café para buscar tu sitio, le vió. En una mesa, cerca de la ventana, estaba Joaquín, su compañero de pupitre cuando hicieron 2º de bachillerato. Habían pasado mas de 3 años desde aquel entonces. Volvió a mirar. ¿Era él en realidad?. Su altura, la forma de su cara, el modo que tenía de ladear la cabeza hacia el hombro derecho cuando prestaba atención en clase de historia... Pero le miraba a los ojos y se encontraba con otro tipo.
Con la excusa de hablar con él se acercó para poder mirarle a unos palmos de distancia. Joder, sí que era él. La conversación duró tres cafés, pero no prestó atención a lo que decía. Estuvo absorta en su interlocutor, en su forma de mover las manos, los ojos y la cucharilla de café.
Dicen que el tiempo cambia a la gente, pero con Joaquín se había empleado a fondo.
En estos años, había dado el paso definitivo para pasar de ser un adolescente a ser un hombre, o a ser un jóven que intenta parecer un hombre. La cuestión esque en su cara, en sus manos, había un rastro. Las huellas de alguien que habia pasado por allí y había decidido dejar su firma. Ya no era aquel muchacho que le escribía poesías a las chicas de clase. Había perdido toda la inocencia, hasta quedarse con un resquicio de ella, una pequeñísima parcela. Que se veía asomar cuando pasaba la camarera al lado de mesa.
El ímpetu, que siempre había sido su rasgo más destacable, estaba muy menguado. Costaba imaginárselo debatiendo de nuevo en clase de Filosofía o teniendo aquellos detalles tan originales y esperpénticos con sus ligues.
Esa falta de ilusión, le había convertido en un tipo "maduro", sin excentricidades, sin fiarse de nadie.
A pesar de ello Sofía, que en ese momento se había enamorado perdidamente de Joaquín, supo, al mirarle una vez más, que él ya no estaba para esos trotes. En cuanto a mujeres, él había gastado sus cartuchos y ella llegaba fuera de temporada.

Banda sonora: http://www.goear.com/listen/e06ba33/a-la-luz-del-lorenzo-los-delinquentes