viernes, 3 de julio de 2009

El verano me hace sudar.



El verano está bien, lo reconozco, hay vacaciones, escotes, piscina, playa, pero a pesar de su solecito, no puede hacerle sombra al invierno.

El invierno es la estación por excelencia, es época de poesía y de justicia.

Digo que es una estación justa porque un día te levantas, sales a la calle y ves a la gente guapa, a las felices parejitas y a todo ese tipo de gente, entonces, puedes parartw y decirles: "Joderos todos, este día, este día nublado y triste lo vamos a sufrir todos nosotros".

Sinceramente espero con tanta o más ilusión el invierno que el verano, según se acerca la hojas se van callendo, las calles toman un aspecto precioso y el olor y el frescor por las noches es inmejorable.

jueves, 2 de julio de 2009

¿Quien mató al gato?.Nº 1



En la habitación el aire jugaba con la luz a dibujar rayos que se dirigían a la cara de Alfredo, un murmullo de coches y gente se colaba entre las rendijas de la persiana. El aspecto de la habitación era desolador, los calzoncillos usados rivalizaban con los calcetines y los papeles por el dominio exclusivo del suelo. El único sonido que perturbaba el silencio del piso era un Bóxer que bebía de un cuenco en la cocina. Aquel perro era el amo y señor del piso, fe de ello daban los muebles mordisqueados y las puertas llenas de arañazos. Pero no lo podía echar, era la única compañía que tenía cuando Julia estaba fuera, trabajando, además fue su regalo cuando hicieron dos años juntos.
Cuando Alfredo se levantó, su piso continuaba en el mismo estado en el que lo dejó antes de dormirse, cualquiera que hubiera entrado pensaría que habían entrado a robar, pero el sabía muy bien que nadie habría encontrado nada de valor allí, a excepción de la libreta ruinosa que escondía debajo del somier. Si hubiera tenido que salvar del fuego algo de aquel piso, sin duda se habría llevado aquella libreta, ni siquiera el perro valía tanto.
Cuando acabó de comer se enfundó su mono y se dispuso a hacer su turno de repartidor de tarde, trabajaba en una agencia de mensajería a dos calles de allí.
Siempre había tenido una visión particular de su trabajo, le permitía conocer a mucha gente, sólo por unos segundos, es cierto, pero con los años había aprendido a obtener cada vez más información sobre la persona que recibía el paquete y lo más importante, su contenido.
Por supuesto le estaba absolutamente prohibido abrir ningún tipo de envío, pero la mayoría de la veces en lo que tardaban en firmar el recibo le daba tiempo más que suficiente para saber que clase de persona era y que contenía el paquete.
Por lo general la forma del paquete daba pocas pistas sobre su contenido, la información la obtenía de detalles a priori insignificantes como el tiempo que tardaban en abrirle la puerta, el felpudo de la casa, las manos o la forma de cogerle el bolígrafo cuando este se lo ofrecía pero sobre todo eran los recibidores, no hay nada que dé mas información sobre alguien que su recibidor. Alfredo había visto desfilar ante sus ojos miles de ellos y había sabido extraer de ellos la esencia de cada hogar, lo había convertido en una ciencia.
Los primeros repartos que tenía aquella tarde le pillaron más o menos cerca y no perdió demasiado tiempo con ellos, pero con uno se tuvo que ir hasta las afueras de la ciudad. En un barrio de chalets adosados en los que sus dueños, orgullosos, son tan diferentes como sus casas. Cuando llegó tardaron en abrirle, le atendió un hombre un tanto mayor, al verle pareció aliviado. Mientras firmaba el recibo (algo nervioso aún) Alfredo vio en el recibidor el abrigo y el maletín de Julia, la misma que a estas horas estaba cogiendo un tren en Barcelona, volviendo de visitar a un editor.