lunes, 22 de diciembre de 2008

La ventana indiscreta.

Lo primero que alguien vería si se asomara por la ventana de mi cuarto sería la casa de doña Ernestina, bueno en verdad no es su casa pues nunca llegó a vivir en ella, cosa que si hace una familia de gatos callejeros que intentan comerse las golondrinas que anidan en sus repisas. Mientras, el jardín de doña Ernestina está lleno de maleza arbustos silvestres y ladrillos que dejaron los obreros, los cuales sirven de divertido escenario de juegos a las nuevas camadas que traen los gatos todas las primaveras.
Si se levantara la vista se vería la casa de Antonio, un señor de la mediana edad con una hija que ha formado parte de las fantasías de los chicos de la “urba” desde que tenemos recuerdo.
Su habitación de finas cortinas está delante de la mía.

A mano izquierda está la calle, la cual siguiendo la tendencia de la casa de doña Ernestina también tiene algunas malas hierbas en las aceras, estas tienen que luchar por el agua en el duro verano con las acacias que algunos vecinos han plantado.
Más lejos, más allá de la casa abandonada, de la vecina, de las mierdas de perro y de el 600 que tiene el vecino de mas allá ( al cual profesa auténtica dedicación), se encuentra la sierra de Hoyo de Manzanares, con una gran roca con forma de tortuga, que se pone un sombrero de nieve los días de mucho frío.
Desde la ventana de mi cuarto no solo veo cosas, veo el escenario donde he crecido y he representado mi vida, un decorado muy agradable.

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